Autora: Imma Marqués, madre de Miguel Ávalos, usuario del Centro Ocupacional Montilivi.
Miguel nació en septiembre de 1975, en medio de los aires de renovación y de profundas reformas políticas y sociales que vivía la sociedad en aquella época.
Venía cargado de ilusión que él mismo, con su llegada, esparció toda la familia. Era pequeño, de piel blanca, ojos azules y facciones pequeñas y delicadas, y muy pronto cambió el vello para un cabello liso y rubio dorado claro. Era un muñeco hecho persona. Entonces vivíamos juntos con los abuelos, la tía Susi y el tío Narciso. De modo que, de pequeño, Miguel fue un niño mimado ya que la familia aún no había otra bebé y es por eso que los padres, muy jóvenes, y los tíos nos Deli para vestirlo, acaronar- el, y hacerle todo tipo de fiestecillas.
Creció hasta los dos años con toda normalidad; al menos, eso es lo que decía su pediatra ya que el peso y las funciones motoras correspondían con los datos estándares que utilizan los médicos para hacer su seguimiento. Así es que caminar muy pronto, aunque mostraba ya las primeras dificultades a la hora de construir palabras y luego frases. Los dos primeros años asistió a la guardería, aunque pocas horas, y el tercero me lo llevé a la escuela, ya que en aquella época, en mi condición de maestra, en el aula tenía pequeños.
Recuerdo que, si bien ya a los tres años dibujaba barcos gigantes con todos los detalles, en cambio seguía mostrando graves dificultades para el habla, lo que aumentaba nuestra preocupación por su desarrollo evolutivo y cognitivo. Ningún pediatra, ni tampoco la psiquiatría infantil, a quien acudir para consultar aspectos curiosos de su personalidad -como por ejemplo que a los cuatro años dibujaba figuras grotescas y fantasiosas siempre con tonos negros y grises- dio ninguna importancia a estos hechos. El diagnóstico era siempre el mismo: el niño iba más lento.
Con mucha ayuda de casa y fuera, en Miquel aprendió a leer y escribir, cursó la primaria, que entonces llegaba hasta octavo, y puedo decir que a su edad tenía los aprendizajes básicos bien consolidados. Pero en su vida social en el centro escolar y también fuera, mostraba problemas de adaptación con los compañeros tanto en el juego como en las actividades propias y típicas de la edad. Los diferentes psicólogos y profesionales que consultamos durante su trayectoria escolar no supieron darnos otra respuesta, ni otro diagnóstico que el de un proceso madurativo más lento.
Miguel mostraba buenas aptitudes en el campo artístico y pasaba muchas horas dibujando y pintando, y más adelante mostró habilidades para la cerámica. Pero se hacía mayor y, a pesar de los esfuerzos que hacíamos los padres y la angustia que nos producía su futuro en general, constatábamos, una y otra vez, que no había ningún lugar en la sociedad para ubicar un chico de sus características y su perfil.
Hace pocos años, fue diagnosticado de Espectro Autista y es cierto que confluye con muchos de sus indicadores que son propios de esta anomalía. También hace unos años que asiste al centro ocupacional de la Fundación Ramon Noguera, donde hacen actividades muy variadas para que todos los chicos y chicas se encuentren integrados y encuentren su lugar según sus capacidades. Miguel se levanta cada día pronto para ir, y lo más importante es que va contento. En casa le gusta colaborar en tareas sencillas y también le gusta mucho ir a hacer compañía a su abuelo que es grande y pasa muchas horas solo.
En la fundación, puede desarrollar, junto con sus compañeros, los puntos de su personalidad que hacen que sea un chico muy querido en la familia y en el barrio, como son su amabilidad, su sonrisa, y la generosidad que tiene con sus y con todo el mundo.
Artículo publicado en la Revista Anual de la Fundación Ramon Noguera 2017. Leer más artículos: REVISTA FRN 2017
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